🕯️Cuando entendí que la respiración también guarda memorias🕯️
Hoy volví a escuchar su voz.
No fue un recuerdo suave, ni una aparición repentina; fue esa voz cansada y firme que me decía “tú puedes, lo vas a lograr” incluso cuando él era quien estaba luchando por seguir aquí. Y al escucharlo, mientras caminaba entre pasillos llenos de luces navideñas, me descubrí llorando sin decidirlo.
No lloraba por un chocolate ni por un pan de pascua.
Lloraba porque un simple producto en una percha puede convertirse en el eco de una vida entera. Recordé cuando comprábamos juntos los ingredientes de la semana, cuando él escogía los chocolates para las enfermeras y doctoras de la diálisis. Y no porque fuera un hombre naturalmente dulce o complaciente: su carácter era duro, temperamental, a veces insoportable, de esos que dicen las cosas sin filtro.
Pero dentro de ese temperamento tenía una cualidad que pocos logran sostener: pensaba primero en los demás, sin hacerlo por quedar bien, sin buscar aplausos. Si tenía que quitarse el pan de la boca para dárselo a otro, lo hacía. Su gentileza no era de palabras suaves; era de acciones concretas.
Era humano.
Con sombras, con luces, con contradicciones… como todos.
Y justamente por eso, por no ser perfecto, por no ser un personaje inventado, es que duele tanto su ausencia.
Entonces me pregunté:
¿Cómo es posible que alguien desaparezca de la tierra de un día para otro, mientras el resto del mundo sigue como si nada?
La respuesta duele, pero es simple:
el mundo no se detiene, y tampoco debe hacerlo.
No vinimos a vivir eternamente en la orilla del dolor.
Seguimos respirando, aunque a veces no sepamos para qué.
Ese día en el hospital, cuando él dejó de respirar, yo también perdí una parte de mí.
No morí, pero dejé de ser la misma.
La vida después de una pérdida así no vuelve a su forma original, como un jarrón que ya siempre llevará la marca de la fractura. Y eso no es malo… solo es verdadero.
He comprendido algo que quiero dejar aquí, por si alguien necesita leerlo a tiempo:
Hablen de la muerte mientras están vivos.
No por atraerla, sino por honrar la existencia.
No por morbo, sino por amor.
La muerte no se invoca por nombrarla.
La muerte es la única certeza que compartimos todos.
Las palabras no dichas son las que más pesan cuando ya no queda a quién decírselas.
Las conversaciones postergadas se convierten en nudos invisibles que la mente trata de resolver con imágenes que nunca ocurrieron.
Lo que se calla por miedo termina buscándonos después, cuando ya es tarde para aclararlo.
A veces me culpo por no haber hablado más con él, por haber evitado esos temas pensando que el amor y la esperanza eran suficientes.
Y aunque dijimos cosas duras desde el cansancio, sé que ninguna de ellas nació del corazón.
Solo éramos dos seres humanos sosteniéndose en medio de la tormenta.
Hoy, después de meses, entiendo algo más:
no se fue solo.
Se fue conmigo al lado.
Creo que, en el fondo, eligió partir donde se sintió seguro.
Y aunque eso no disminuye el dolor, sí me recuerda que el amor verdadero no desaparece… se transforma.
Si estás leyendo esto y aún tienes a alguien contigo, habla.
Di lo que sientes sin adornos, sin máscaras, sin miedo a incomodar.
La vulnerabilidad a tiempo es una medicina.
La sinceridad en vida evita fantasmas en la memoria.
Y si has perdido a alguien como yo, respira.
Respira por ti, y también por esa persona que un día respiró a tu lado.
Respira porque cada inhalación es un puente entre lo que fue y lo que aún puede sanar.
No somos los mismos después de perder a un gran amor.
Pero seguimos siendo capaces de convertir el dolor en un faro para otros.
Y eso, quizá, también es una forma de seguir amando.
✨ Lo que se respira con dolor, también se transforma con el tiempo.
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